TU PENA Y LA MÍA

Tengo una pena, pena, penita, pena,
que se pinta las bembas de “colorao”,
que se viste de fiesta oscura y obscena,
y recorre las calles rompiendo farolas,
escupiendo cristales, gritando por “na”,
haciendo mis noches grises aún más negras.
Y es que esta pena, ¡ay!, penita, pena, no se puede curar.

Cuando nacía esta pena, pena, penita, pena,
se encontró con la pena tuya,
que venía ya de vuelta, y “desenfrená”,
y se fueron de bares, de años, de lugares,
de sitios comunes para recordar.
Y aún llama tu pena a la mía
escupiendo cristales, rompiendo farolas, gritando por “na”.

Qué difícil es caminar si no hay señales “pa” ver dónde vas,
es tan fácil perderse en el mar sin destino en la inmensidad,
ser arriero sin camino, marino sin rumbo que surcar,
un ferroviario sin vías, una radio sin dial,
que busca y rebusca en la pena
dictando así esta condena de penar.

Tu pena te costó la vida,
la mía la razón y aún no sé qué más.
Mi pena, que no te olvida,
tu pena errante que aún viene a cantar.
Tu pena, que más no podía,
y mi pena, penita, pena,
que ya no puede penar mucho más.